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"Las sílabas amontonadas" -dos poemas en prosa de Román Porras

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y al final de mí soy un río donde crecen las calles y los juntos y mi cuerpo una ciudad con semáforos y dedos, con axilas y puntos cardinales.

y más lejos, yo por las bajantes, por los rectos y las copas, dando vueltas por las casas donde vivo.

Por las copas que se rompen y derraman los ungüentos. Yo por los tejados, por la lluvia que resbala y las goteras.

y después de mí, donde termino, soy caudal que remonta la memoria y mis ojos un hilo que desciende y descansa la vista por debajo. Por debajo del tiempo y de los cauces, en el metro y las cloacas. En invierno.

y mi cuerpo es el recinto donde yago y más tarde, yo por mis caderas, por mi ombligo y por mi boca. Yo por los cuchillos y las tazas donde bebo y donde afluyo.

y luego soy el río donde acabo, el vástago que me sueña y me diluye, que me crece y perpetúa.

Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las aceras 

Desde aquí puedo ver el vuelo de las aves y más abajo, la silueta de la ciudad en la que vivo. La distancia me oculta sus rasgos pero aun soy capaz de distinguir el movimiento de los pequeños objetos en las calles.

Los conozco a casi todos. A diario coincido con ellos en la escalera, la parada del autobús, o en mi propia casa, aunque no creo que ninguno me recuerde. Tal vez unos pocos, pero a esos prefiero olvidarlos.

Me gusta observar, incluso lo que no dicen. Cuando observo, sus cuerpos crecen lentamente. Adheridas al fondo de las copas crecen las uñas y los senos, y las silabas amontonadas en la forma de sus labios. Los observo a todos y también el vuelo de las aves.

Desde aquí, lentamente.

Román Porras



Diálogos


“Salvaje como las moscas y las vacas. Como la sed que orino en las aceras”.

Román Porras


Salvaje como brizna, como la hoja que arrastra sin dónde, en ese otro silencio donde escuchar vuelve a ser posible, incluso si afuera no cesara de nevar o si las tormentas de verano irritaran los ojos hasta el llanto.

Salvaje –así las nervaduras de los árboles, los insectos que trepan sobre ellos, no para seguir la furia blanca, no para imponer al mundo su anatomía: salvaje como lo que anda o vuela suelto todavía, sin red, en el curso nómade donde cada cual aprende a ser en lo desapercibido –en la memoria del cauce, como una presencia invisible que desde ese privilegio observa. Desaparecer entonces en la secreta fidelidad a lo efímero: ligero, susurrando lo inaudible para ver crecer un lenguaje al abrigo de otro vientre.

Salvaje como la sed, como quien lame el desierto: sin origen (o antes), en el linaje de lo común que orina en las aceras y aloja el sueño de las moscas. En el recuerdo oscuro de una noche primera, cuando alguien nace entre calendarios rotos, abrazado a las habitaciones del nombre, incluso si duele cada vez que otro sale. Así: silencio indómito que nombra lo que las palabras callan.

Salvaje como la lluvia que acaricia las flores de un jacarandá, en la herida que dice la dicha, esta hemorragia incesante que arrastra el río de lo animal, su abecedario olvidado, ay dolor de todo lo humano –buscando por debajo del tiempo un destello que nos ampare en la intemperie.

Arturo Borra


La caja de Gertrude Stein -un poema en prosa

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Una caja

Una caja grande está hecha con maestría de lo que es necesario cambiar cualquier sustancia. Supón que un ejemplo es necesario, cuanto más sencillo mayor motivo hay para un reconocimiento exterior que es un resultado.

Una caja está hecha a veces y entonces para ver para ver para eso con finura y tener los agujeros tapados es necesario usar papel.

Una costumbre que es necesaria cuando una caja se usa y se lleva es una gran parte del tiempo hay tres que tienen distintas conexiones. La uno está en la mesa. Las dos están en la mesa. Las tres están en la mesa. La uno, uno es del mismo largo que se muestra por la tapa que es más larga. La otra es diferente hay más tapa que la muestra. La otra es diferente y hace que las esquinas tengan la misma sombra las ocho están en particular disposición para hacer cuatro necesaria.

Laxa, para tener esquinas, para ser más ligera que algún peso, para indicar un camino de boda, para durar marrón y no curiosa, para ser rica, los cigarrillos se colocan por longitud y por doblado.

Queda abierta, para que quede golpeada, para que quede cerrada, para circular en verano e invierno, y enfermo color que es gris que no polvo y rojo muestra, para este seguro mide cigarrillos una vacía longitud antes que la elección de color.

Alada, ser alada significa que blanco es amarillo y piezas piezas que son marrones son polvo de color si se lava el polvo, entonces es elección o sea es meter cigarrillos antes que papel.

Una extensión por qué una extensión es en vano, por qué un claustro plateado, por qué la chispa brilla más, si brilla más hay algún resultado, apenas más que nunca.


Gertrude Stein

Traducción: Benito del Pliego y Andrés Fisher

«No hay más que arqueología de la pérdida» -tres poemas de "Esplendor saqueado"

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Pintura de Gabriel Viñals 
 

Ante estos muros bañados de sol
la altura que creí invencible
-el bastión de mi sangre.

                                            (Todavía brillas como una granada nazarí). 
 
En esta ciudad sitiada
despediré el cielo
que ningún lucernario pudo contener.

                                             (Será llanto de hombre en su derrota:
                                              secretos incomprensibles
                                             escaparán de las cúpulas
                                             y seguirán resplandeciendo en mi destierro). 

Último rey de la tristeza:
un viento desmesurado se llevará la alhaja
que no supe retener.
 
[Boabdil, Granada, 1492]
 
 Pintura de Gabriel Viñals


“¿Quién construyó la Tebas de las siete puertas?”
Bertolt Brecht

 

No
hay nom-
bres alzados
hasta la cúspide,
calendarios cubriendo
el desierto, suma del escarnio,
aritmética del desastre, altura prometida,
sin este atroz olvido de las manos, la derrota
colosal de los hombros para tanto esplendor saqueado. 
No hay monumento más que en lo efímero: no más que
cúmulo de sollozos, efigie sin misterio, amarra de las reverencias,
plegaria sin rostro, una añoranza como un músculo desgarrándose
en este polvo que nos iguala y crece en el intervalo entre dos extinciones.
--------------------------------------------------------------------------------------------

No hay más que montaña que corta el cielo, lo invisible soportando el vértice,
siete millones de gravidez, soberanía en la que reposan las profanaciones.
No hay más que declive disimulado en los ajuares, un corredor ciego,
puerta falsa para una residencia sin descanso ni dicha.
No hay Nilo que arrastre a la orilla la memoria
ni caliza que preserve del delirio del mármol:
no más que arrebato del tiempo, usurpación,
geometría desmentida por los esclavos,
maldición que espanta a los vivos,
duración que se desmorona
sepulcro de oro para
la misma disipa-
ción de
huesos.

 
[Egipto, s/f]


  Pintura de Gabriel Viñals

 
Y quizás no haya más que un poema
rescatado del río turbio
que somos.  

No más que poema entrecortado
rapto tendido frente al asombro  confusión
de la retina
ante la mano que labra
su ilusoria eternidad.

Y quizás no haya poema:
sólo un grito
       sin garganta        
una protesta contra la disolución.

 Poema de lo que escapa  
poema de las declinaciones         gravidez
que no aplasta
las revueltas del sueño. 

También la ausencia
tiene una historia: odisea sin héroes
sepultura de los días sin inventariar
oscuridad que desde el fondo nos mancha.
 

Nadie puede alcanzar la constelación
en la que gravitan los cuerpos
la espesura del vacío
la tensión de los tendones
que postergan el sueño terminal:

 no hay más que arqueología de la pérdida. 

 

[Esplendor saqueado, 2010]
 






ESPLENDOR SAQUEADO, de Arturo Borra
Atelier Siba, 25 de noviembre de 2015 

Por Pilar Verdú 

Un libro de poesía lo es, entre otras cosas, porque convoca en nuestros oídos y en nuestra memoria otras voces que ya nos constituyen para sumarse a ellas, para ampliar la constelación personal que a cada uno nos ampara y nos guía cuando nos perdemos en el bosque.  El libro que Arturo Borra ha tenido a bien dejarme entre las manos, ha ejercido esa llamada y ha puesto mi sangre en pie para recibir esos entrecruzamientos que hacen más tupida esa red salvadora. Esplendor saqueado resulta ya un título bastante explícito, reforzado por la cita que lo sigue: “No hay más que arqueología de la pérdida”. Porque se canta lo que se pierde, como bien sabía don Antonio, que por otra parte, lo sabía casi todo.

El primero de los poemas del libro está puesto en la voz de Boabdil, y no sé ustedes, pero para mí Granada es, de inmediato, Lorca, Luis Rosales y después Carlos Cano, quien, con su Casida del Rey chico, me ofreció una magnífica clave de lectura de Esplendor saqueado. Canta Carlos Cano con su habitual elegancia:  

En el fondo de un aljibe me encontré

la tristeza que matara al rey Boabdil.
Y a la sombra de un almendro la dejé

por los montes de Guajar-Faragüit,

por ver si cuando el tiempo de la miel
la luz del pensamiento diera flor

        

Lo mismo que Carlos Cano hace Arturo: coge la tristeza que matara a los reyes-metafórica o literalmente- de tierras perdidas, de amores perdidos, a la tristeza que matara a esas mismas tierras por verse saqueadas, y, con toda delicadeza, las deja a nuestros pies de almendro por ver si cuando el tiempo de la miel / la luz del pensamiento diera flor. Pensar sobre la historia para no repetirla, lograr que la luz florezca y no haya más derramamientos de sangre como los que nos siguen anegando todavía hoy.

                Otro ensayo sobre budismo y cristianismo que tenía entre manos me susurró una preciosa historia que también casaba con esto. Un compasivo monje budista ha erigido en Taiwán el Templo de los Dios Rotos, en el acoge las figurillas de dioses populares chinos o las estatuas de bodhisattvas budistas (seres sensibles iluminados) que los fieles despechados han tirado. Arturo, de algún modo, con mirada compasiva, recoge también los restos de esos hombres poderosos que hoy miran hacia atrás sobre lo que tuvieron, que comprenden de repente lo que Quevedo supo formular tan bien: que las glorias de este Mundo/ llaman con luz para pagar con humo.  Ni las más disparatadas fantasías megalómanas se pagan de otra manera.

Por estas páginas transitarán Burckhardt, el explorador europeo que encontró las ruinas de Petra en 1812, o Saha Jahan I, que mandó erigir el Taj Mahal para su esposa favorita y acabó contemplándolo desde la cárcel en la que le encerró su propio hijo. Vemos el Templo del Gran Jaguar de Tikal, considerado la puerta del inframundo, la tumba del rey Ah Cacao; la Gran Muralla china, falsa defensa, en cuya construcción fallecieron diez millones de obreros; las Catacumbas, ciudades subterráneas de los muertos. Contemplamos Estambul, anagrama de la vanidad hasta que el resplandor se desvaneció. Y también Camboya, Alejandría, Camboya, Isla de Pascua, Tenochtitlán, Machu Picchu, Atenas.

                Esto es Historia con mayúsculas, pero Arturo se preocupa también- acaso más- de la intrahistoria. Como él es un obrero que lee, a Bertol Bretch entre otros muchos, se pregunta por quién construyó la Tebas de las siete puertas, quiénes habitaron esos lugares, sobre qué hombros viajaron las piedras de las pirámides:lo invisible soportando el vértice. A la postre, total, el polvo nos iguala, la misma disipación de huesos. Este poema es también visual puesto que los versos conforman una pirámide en cuya base aparece otra invertida. Porque la estética, en esta obra, es un valor muy presente. No olvidemos que este libro es, además de eso, que ya es, un objeto artístico per se, porque Gabriel Viñals se ha encargado de añadir su visión particular, lo cual establece un puente entre artes muy enriquecedor. Es el trigésimo primer título de la colección Poética y peatonal; poética es evidente por qué; Peatonal porque, sin duda, sus autores viven con los pies en la tierra, a ritmo de paseante, sin dejarse llevar por la voracidad de la prisa urbana.  Y así, paseando, es en muchas ocasiones cuando Arturo se entrega a lo que él llama “atención flotante que permite escuchar el latido de la palabra.

Viñals considera que el arte puede ser útil, decorativo, efímero y sirve para vestirnos, además de por dentro, por fuera, y por eso pinta camisetas inspiradas en cada uno de los libros que pasan por sus manos. Nada mejor que presentar este libro aquí, en Atelier Siba, un espacio también donde arquitectura, poesía y dibujo se hermanan, y nos hermanan a todos los presente. Esa es la función del arte: que cada uno se conozca mejor para poder conocer al otro, y que las fronteras entre el otro y yo, entre el dentro y el afuera, las fronteras en general, se desdibujen. Como dijimos antes, Borra tiene los pies en la tierra, y sabe cuánto sufrimiento hay en ella, y escribe también sobre ese desgarro, no con la intención de prestar su palabra a quienes no tienen, porque eso supondría erigirse en portavoz-y sería un acto de soberbia - y porque un poeta como Arturo no presta su voz: la regala, la entrega porque es ahí, en ese lugar de lo irrenunciable, donde puede renacerse y sobre todo, cuestionar(se). La actitud de Borra ante el mundo, y ante la literatura, es la de la mirada crítica para desechar los clichés que alambican y menguan el pensamiento. Dirá Borra: La literatura, si no persigue la demolición de cualquier tópico, se convierte ella misma en uno. Este verso-prácticamente aforismo- pertenece a  Modelos para (des)armar, (guiño a su compatriota Cortázar), en el que queda constancia de que la literatura es para él un trabajo exigente, instalado en la preguntas, subversivo, critico para aprender y abrir así caminos, porque solo conociendo la realidad puedes detectar en ella los huecos, las fisuras por las que entra el aire. Dirá, por ejemplo, Cobijar lo singular de los otros: esa difícil, improbable apertura que evita cristalizar lo que fluye, irreductible a los juegos de la filatelia. Nadie puede entenderse a sí mismo si se desvincula de su prójimo: no somos islas, somos un archipiélago en resistencia. Solo el encuentro posibilita una construcción de la hermandad. Ese es el camino único, como este ejemplar; poético, como este ejemplar; peatonal, porque somos nosotros, las personas de la calle, quienes hemos de tratar de cobijar lo singular de los otros. Es lo mejor, sin duda, que podemos darle a la poesía y lo mejor que la poesía puede darnos, lo mejor que podemos darnos unos a otros. Ese sería el verdadero esplendor, que no admitiría, jamás, saqueo.




 


¿Qué sociedad no ha soñado su propia eternidad? El testimonio de esa lucha contra la erosión del tiempo no arroja más que victorias pírricas: el trazado de una belleza derruida, documentos de cultura y barbarie, como diría Benjamin.
 
Esplendor saqueado parte de una investigación histórica de diferentes monumentos culturales. Pero en vez de una historia monumental, queda una arqueología de la pérdida -rastros de un derrumbe, nombres borrados. Por eso se trata de una reflexión sobre nosotros mismos y nuestras experiencias más básicas, desde la soledad hasta aquellos encuentros -más o menos efímeros- que dan sentido a nuestras vidas. Tras esa estela, persiste la memoria de lo arrebatado, el trabajo arqueológico del poema como exploración de la ausencia.
En vez de una simple constatación melancólica, sin embargo, lo que persiste es la voluntad entusiasta de dar cuenta de la fragilidad de toda tentativa humana. Sólo desde ese reconocimiento nace la promesa de una comunidad inédita.
Se trata entonces de una ética del sujeto: la que parte de la fragilidad universal para dar lugar a los otros y a lo otro. La hospitalidad nace de ese reconocimiento del otro como condición constitutiva de nosotros mismos. Precisamente porque somos finitos, porque el sujeto no es autosuficiente y porque la megalomanía nos conduce a la destrucción común, saber de un esplendor saqueado prepara las condiciones para un habitar diferente, ligado a la posibilidad de una vida que parte de las ruinas de lo Real.

Arturo Borra

"y el amor, fuera lo que fuese, como una infección" -un poema de Anne Sexton

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Esperando morir

Ya que lo preguntan, la mayor parte de los días no me acuerdo.
Camino vestida, sin marcas de ese viaje.
Después, casi innombrable, vuelve la lujuria.

Incluso en ese instante, no tengo nada en contra de la vida.
Conozco bien las hojas que mencionan,
los muebles que sacaron al sol.

Pero los suicidas tienen un idioma propio.
Como los carpinteros, quieren saber con qué herramientas.
Nunca preguntan por qué construir.

Dos veces me pronuncié tan claramente,
poseí al enemigo, me comí al enemigo
le arrebaté su oficio, su magia.

Así, grave y pensativa,
más tibia que el agua o el aceite,
descansé, babeando por el agujero de la boca.

No pensaba en mi cuerpo ante la punta de la aguja.
Ni siquiera había córnea o restos de orina.
Los suicidas ya traicionaron al cuerpo.

Nacieron muertos, aunque no siempre se mueran,
y, deslumbrados, no pueden olvidar una droga tan dulce
que hasta un chico podría mirarla y sonreír.

¡Meterse toda esa vida debajo de la lengua!—
eso, en sí mismo, se vuelve una pasión.
Dirán que la muerte es un hueso triste y golpeado,

con todo, año tras año me espera,
para deshacer con delicadeza una vieja herida,
para soltar mi aliento de su prisión insana.

Compensados así, los suicidas se encuentran a veces 
furiosos con el fruto, una luna inflada,
dejan el pan que confundieron con un beso,

dejan la página del libro abierta por descuido,
algo sin decir, el teléfono sin colgar
y el amor, fuera lo que fuese, como una infección.




Wanting to Die
Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.  
Then the almost unnameable lust returns.
Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention,  
the furniture you have placed under the sun.
But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.
Twice I have so simply declared myself,  
have possessed the enemy, eaten the enemy,  
have taken on his craft, his magic.
In this way, heavy and thoughtful,  
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.
I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.  
Suicides have already betrayed the body.
Still-born, they don’t always die,
but dazzled, they can’t forget a drug so sweet  
that even children would look on and smile.
To thrust all that life under your tongue!—
that, all by itself, becomes a passion.  
Death’s a sad bone; bruised, you’d say,
and yet she waits for me, year after year,  
to so delicately undo an old wound,  
to empty my breath from its bad prison.
Balanced there, suicides sometimes meet,  
raging at the fruit a pumped-up moon,  
leaving the bread they mistook for a kiss,
leaving the page of the book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the love whatever it was, an infection.

 

"y esa soledad suspendida" -cuatro poemas de Ernesto García López

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y

esa soledad

suspendida

pequeña

vivísima

desmiente insomnios

 

la única que puede sostenerme

sobre este instante de lodo

quien cruza la noche lleva un pedazo

del mundo

 

las invisibilidades tu boca

las mejillas nunca olvidadas

las botellas titilando tu sonrisa de nuevo la luz

y

el infinito caos que se balancea

sobre las piernas de los apartamentos

 

quien cruza la noche lleva un pedazo

del mundo





ASAMBLEA I



la carne forma un pálpito que acaricia, traspasa, transita tan nuestra y cotidiana, cumple palabra en cielo, olores, la historia de las columnas, de las marchas indignadas, ciudad que nunca fue, dormida, inexistente, grande en otra lengua, como ola, si pudiéramos recomponer el alma antimoderna, en una clara perspectiva de sufrimiento de clase, de dominio sin boca, todo aquello que picotea y extiende su mal, frágil y firme, duro y transfigurado, bulliría de esferas, nombre, nombre, sentido acaso, extendido dolor que repta a través del año y la lejanía, como un fulgor vegetal pues desde las cuatro palabras se sabe estéril y por eso navega al origen, para preguntarse, sí, exigir lo justo, aquello que lo alimentó durante toda una ausencia, sería un descenso hacia objetos fundidos, o esa historia que sopla por encima de la piedad y estás tú, indocumentado, perpetuo en espumas, mirando los siglos que caen sobre el arenal, iluminando calladas resistencias, es el espejo, es la melodía que se pudre en su asombro, lo que persiste, lo que atraviesa incertidumbres, lo que se ignora, a fuerza de humeantes estrellas, todos los cuentos de la casa, y todas las casas evaporadas por traiciones y desconsuelos, contaminados, los que se van, un viaje, presencia aquí, convocada por esta voz rebelde que no tiene imagen detrás sino una vida, u-n-a v-i-d-a en llamas por los cuatro costados, mensajera infinita, vienes a este mal porque se prolonga y tarda,



apenas te sostiene

 

 



ASAMBLEA II

falso destino, tanto mirar el cortante sueño que teje madrid, la contemplación de un descenso por calles empedradas que, suaves, fluyen hacia la acampada, desaparecen tras los administradores de fincas, así trabajosamente tu cuerpo funda una ciudad encima de ésta, rescatada, desaparecida hace años de la memoria y el recuerdo, liberada hoy para el amor y tendida hacia su música, que es tanto como decir esperanza-tajamar, silencio libre rondando los malecones, la transparencia es un fragmento, la transparencia lleva una algarabía, la transparencia conoce el magma, se trata (al fin y al cabo) de sobrevivir, resbalar hacia el conocimiento del mundo, hay espacio suficiente para el nombre, luego miramos la sed del plenario y la salmodia del fracaso, son una misma cosa, la palabra encierra su propia mudez e insiste, trasnocha, taconea palabras y tabernas, cuerpos y tabernas, circunstancias y cuerpos que nunca se reconocen porque llevan un cortejo de  preguntas ¿costumbre o soledad? ¿causa del aliento este amanecer donde se guarda tu propia inconsistencia?, agita, leve descanso, vienes a este mal porque se prolonga y tarda,


apenas te sostiene







ASAMBLEA III


sin ser, ave de pescadores, en marcha contra los que desahucian, destello que bajo las nubes ayuda a la otra luz, podemos servir   al capitalismo, podemos levantar el verdugo contra el bálsamo de las colinas, escalar, subir, ahogar la tierra como este horizonte humano, floración de lo contrario, cuando un punto de referencia se borra entre las manos de los adolescentes y hace falta un rostro que brote contra sí mismo, pues en Sol no hay mensajeros, ni esporas de sangre, sólo mi ojo que se vuelve tumulto por donde merodea el amor, no detallaré los sonidos que hace este amor, pero quiero esmaltar ese pequeño acervo de nada, sombra unida al capitalismo que ser- vimos como locos exaltados, un valle que no se expande hacia su descanso sino que dibuja el propio río que apenas se recuerda, recibe los dones de la brizna y el acecho, el campo concertando su abrigada liquidación, prehistoria de máscaras, y la alerta de un lenguaje encallado en el presente, así vienes a este mal porque se prolonga y tarda,


apenas te sostiene


Ernesto García López, de Todo está en todo (Amargord, Madrid, 2015)

«lo que bajo los escombros aún respira» -poemas de Alfredo Saldaña

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Trampantojo

¿Qué advierte el vigilante
más allá de lo que muestra el paisaje?

¿Qué guarda quien protege
el emblema que da nombre
a los desaparecidos?

Velar por lo arrancado,
picar para ver
lo que bajo los escombros
aún respira.

Agrietar. Punzar. Taladrar.

Agujerear hasta dar
un mal paso y encontrarse
en el corazón del aire
con la raíz del sentido.

¿Qué golpe de luz,
qué destello en la noche
hará blanco en la belleza?

¿Qué realidad oculta la mirada
que en rigor no sea un trampantojo?


La vida en la frontera

La vida allí no vale nada,
es entrega y promesa de plenitud,
el lugar donde se abre
la herida de la posibilidad,
donde el territorio
que una mirada alcanza
indica la extensión
de un espacio inexplorado,
no inconquistable,
el resquicio por el que se intuye
que hay una oportunidad
más allá de este mundo.

Allí la vida no vale nada:
lo que se da y se pierde
es todo cuanto nos pertenece.


Anónimo

si acorralado, alejado, bárbaro, cautivo, confinado, deportado, deshauciado, desalojado, desplazado, desterrado, esclavo, excluido, exiliado, expatriado, expulsado, extraño, forajido, forastero, fuera de la ley, fugitivo, hostigado, ilegal, impío, inmigrante, olvidado, outsider, perseguido, perroflauta, postergado, proscrito, refugiado, relegado, salvaje, sin papeles, sitiado, vejado, wet back…

que mi patria sea esa otra que tiene por nombre extranjería


Cueva

Bajo la superficie
hay una mano abierta
que escucha
lo que unos ojos trazan
en silencio
sobre las estrías del tiempo.

Allí eres lo visible

entrando en lo invisible.


Alfredo Saldaña, de Malpaís.

«la catástrofe nos comerá el silencio» -tres poemas de Luz Souto

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Octubre 

A tus plantas

insurgentes

sangran las lenguas.

Al final, el río 

te llevó. 

Delirio de llagas

te volviste transparente,

 y la condensación 

del espanto

se te cayó por capas.

La profecía se quedó

en puro hueso

acumulada

en las caderas de los aparecidos.

Insostenible

construir

en esta dulzura 

de ataúdes sin fuelles

donde arde la intemperie.

Desnudo la sangre

del tropel de muertos,

los nado.

La punzada en la boca 

me devora la historia. 

 

 

 

III

Estos versos no detienen la tragedia

aunque digan “paz” “pacto” “futuro”.

Aunque la multitud tenga orgasmos con

el vocablo “humanitario”, 

seguirás muriendo.

Una y otra vez te asesinarán

y hurgarán en tus muslos. 

La policía te acribillará

como un animal sin pasado.

El océano te encharcará la sangre. 

Aunque siga escribiendo

sobre tu memoria

la catástrofe nos comerá el silencio. 

 

IV


Necesito 

dejar de oler 

la tierra agrietada.

Cada madrugada

el suelo emana

diez muertos nuevos

debajo de mi cama. 

Los escucho agonizar,

cantar,

y hablar de revolución. 

Estoy cansada

de ponerles nombres 

para poder vivir.



Texto: Luz Souto
Fotografías: Elena Shumilova

"Aparcados en la frontera" -dos poemas de Ana Becciu

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La noche va siendo cosa…

La noche va siendo cosa

de aflojados breteles.

La noche va siendo cosa de afligidos breteles,

está delabrada.

Pobre noche sin aquella alba.

La tuviste. La guardaste. La cobijaste.

Y ahora, pensá un poco.

Los breteles:

nos cuelgan a vos.

Pechitos colgados de vos.

Amores redondos en los libros como pechos.

Ellos están allá.

Entre ellos.

Luchan por nosotros.

Por nosotros acá.

Acá es la zona extracomunitaria,

eso dicen.

Hagamos de cuenta que tienen razón.

¿Y de todos nosotros qué?

Porque nosotros eurocomunitarios un cazzo.

Aparcados en la frontera.

Olvidados.

Ajenados.

Ahí está la cosa.

La eurocomunitaria cosa:

ajenarnos.

Yo

y ella y ella y ella.

Mamá es ella

para siempre.

Mamá es extracomunitaria.

Extraeuropa.

La dama bien penada

se toca un pezón peinado.

Se lo tocan. Se lo tocan.

Nosotros. Nuestros pezones

arrugaditos.

La muerte, mamá,

vos no sos europea.

 


El país…

El país. Esa cosa.

Ese acoso.

¿Lo ves venir?

Las cosas que hace para distraerse,

yo.

Las cosas que hace.

Ni su mamá.

No, claro. Ni su mamá.

Porque ahí está la cosa.

La cosa. Mamá. Qué difícil escribirte.

Siempre voy tropezando.

Vamos tropezando.

Vos también, mamá, vos también

tropezás.

Con la cosa, mamá, con la cosa.

Vos también, mamá, tropezás

con mamá.

El escondimiento de todo ese dolor.

El escondimiento de nosotros.

El dolor es nosotros.

Escondidos. Como un dolor.

Vamos. Hagamos como que.

Nos queremos. Dolorcitos.

Dolorcitos ellos que se quieren.

Dolorcitos nosotros.

No nos quieren.

Al dolor nadie lo quiere.

Por eso se atraganta.

Puto. Porque es puto no lo

quieren, por puto.

puto en mi garganta.

Puto dolor.



"Bajo la sal seguimos" -cuatro poemas de Yanko González

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mossi, entiende

a modou kara faye
a. méndez rubio & e. falcón


El lenguaje es un virus que viene del espacio
El lenguaje es un virus que viene de tu hambre
El lenguaje es un virus que viene del cobarde.

El lenguaje es un virus que viene de tu pena
El lenguaje es un virus que viene del calostro
El lenguaje es un virus que viene de la cendra

El lenguaje es un virus que viene del que ama
El lenguaje es un virus que viene de la flema
El lenguaje es un virus que viene de tu serna.

El lenguaje es un virus que viene de la tráquea
El lenguaje es un virus que viene de la fiebre
El lenguaje es un virus que viene de la tea

El lenguaje es un virus que viene de la lágrima
El lenguaje es un virus que viene de tu bilis
El lenguaje es un virus que viene de la urea.

El lenguaje es un virus que viene de los nervios
El lenguaje es un virus que viene de la ataxia
El lenguaje es un virus que viene de la muerte.

El lenguaje es un virus que viene de tu muerte
El lenguaje es un virus que viene de tu cáncer
El lenguaje es un virus que viene de tu frío.
 
El lenguaje viene que es un virus del que calla.

 

que no quiere
         

          “Que
           no
           quiere
           morir
           como
           un
           perro
           nadie
           quiere
           morir
           como
           un
           perro
           todo
           ser humano
           merece
           no
           morir
           como
           un
           perro
           ha
           vivido
           como
           cerdo
           y
           no
           quiere
           morir
           como
           un
           perro”.

 
 
Son pesados*

Se desbandan. Meten la toalla en el escusado/ Excusados/ pero orinan el camastro/ y con el muro acarician la loza/ y claudia viene a ofrecerle un algo y regurguitan/ gritan: hoy es 1 de milnuevenoventa/ y se tiran los elefantes de porcelana blancos/ con la trompa arriba/ para la fortuna de invitarlos/ a mascar los masapanes/ porque han improvisado un blanco/ donde descargan el calor y encienden/ aquella hoguera con almohadas/ y de las fundas/ brotan mikimaus odiados/ Por suerte no tengo nada de Pene de Gatos/ "Pero Nosotros Cantamos"/ [hace siete horas que repiten eso]/ el humo vuelve azul el retrato de mi madre/ cuyo pelo hace círculos desprendiendo mermelada/ han enrrollado lirios con una sábana/ pero han dudado en prenderlo Claudia/ reparte algunos tabacos para calmar el ansia/ PLACEBO/ uno pone la punta [que por azar resistió el bordado] y la casa emana una z/ cierro algunas piezas/ han encontrado el refrigerador

 y quieren-que-traiga-la-cámara.

_________________

*A veces parece
que estamos en el centro de la fiesta
Sin embargo
en el centro de la fiesta no hay nadie,
en el centro de la fiesta está el vacío.

Pero en el centro del vacío hay otra fiesta (R. Juarroz).



 
Bajo la sal

Estamos dos señales bajo la sal. Tomo de a dos tus manos
y corrijo sus goznes. Qué decirte que no emane de lo que dejé en tu seno.
Estamos a raíz bajo la sal/ sin esa posibilidad de eternos
trescientos treinta y seis minutos de mi tarde. Había varios de nosotros
bajo la sal pero sólo dos tenían pan
pero amarradas bocas para el choque. Leíamos a Uribe, un dandy
te decía para lamer los párpados, ajar nuestros costados.
Dónde quedó esa suspensión del pulmón
al retener el aire. Es que estamos
a más a varias a muchas señales bajo la sal.
Faltaba tu deseo. Hay marcas hay muchas marcas bajo la sal.
Espeso el labio ahora cruza tu mejilla y te pliegas/ lienza que ato a mi revés.
Bajo la sal seguimos. No tengo la temperatura
que hizo amoldar tu cuello/ tu grosor de ojo. No es Armando/ es tu mordaza/ lo que las
palabras escribieron: bajo la sal/ en villa/ sin soldada.
Me queda fijar el iris sobre la ropa muerta/ Sobre tu estela tenue.
Sobre ella hay otro iris.
Bajo ése
está la sal,

amor.

Yanko González


 
Más sobre el autor aquí.

«Poética de la imagen» -Stefano Bonazzí

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The cementery of umbrellas
 
 

«La memoria de los lobos» - Arturo Borra

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-I-

Un trineo no alcanza; tampoco la manta que protege de la escarcha, la grasa con que nos untarnos el cuerpo gélido, la linterna que orienta en plena noche. Sobrevivir es el arte del desplazamiento –sobre todo si no se vive, si la verdadera vida brilla en su ausencia, si el sueño hiere y la oscuridad se hace demasiado vasta para recorrerla.

Lo Real es el frío rabioso: el entumecimiento de las manos, la piel pálida, la asfixia ante un tiempo extremo; lo que congela el corazón o hace desfallecer de soledad. Lo Real es una superficie blanca, extensísima, que hay que surcar si se quiere alguna vez alcanzar otra parte: un cobijo mínimo para la intemperie.

-II-

Un trineo no es nada si no se desplaza. Necesita engancharse: formar cuerpo: ser impulsado, sin violencia, al movimiento.

Lo decisivo es lo que falta -fuera de campo: lo que aparece como desaparecido. Atravesar la superficie gélida de lo Real necesita que esa pequeña máquina sea enganchada a una fuerza que lo arrastre. Sin fuerza un trineo no alcanza. Revela su carencia: ser instrumento inerte, objeto abandonado en la memoria, a la orilla del silencio.

-III-

Si se quiere atravesar la intemperie blanca es preciso lo animal. Sin un animal de tiro todo falta, como falta sin ese animal humano que añora ir a otra parte para sobrevivir a la ausencia de una verdadera vida, a un sueño que hiere, a la noche persistente que empalidece los cuerpos.

Hace falta lo animal -no cualquier animal: no todos podrían sobrevivir a esa superficie blanca que quema los ojos y entumece las manos.

Si hay algo antes que nada, es un husky siberiano que atraviesa la estepa resistiendo la extremidad del tiempo. Si hay alguien antes que nadie, es ese animal que atraviesa la intemperie que congela el corazón mientras imagina un refugio.

 

-IV-

Alcanzar otra parte no es irse a ninguna sino atravesar lo Real del frío.

No cualquier lugar: aquel donde el abrigo invisible de los otros permite resistir a la estepa del corazón. 

Responder al llamado arroja a la superficie donde desfallecemos: abre surco para llegar a los otros. El llamado del lenguaje es ese arrojo en nombre de Otro.         

No cualquier otro; no cualquier parte: los que hacen manada desde lo singular de cada uno, los que aúllan o llaman para llegar al lugar donde guarecerse de la carencia de lugar, de la ausencia de memoria, de la rasgadura de los abrigos.

-V-

En todo husky sobrevive su cercanía con el lobo, no por ser espécimen: por el llamado salvaje que sigue latiendo dentro, el deseo de internarse cada vez más hondo en lo desconocido –esa superficie blanca que lleva donde están los otros.

Un husky podría vivir sin tiro. No podría sobrevivir al aislamiento: moriría o enfermaría de soledad. La resistencia corporal al frío está enlazada al abrigo invisible de los otros. Por eso un husky no ladra: aúlla.

El aullido es llamado a distancia. Sin ese llamado, no hay promesa; sin promesa, no queda más que intemperie, el desamparo de lo Real -su desfallecimiento.

El aullido es la promesa que permite sobrevivir al tiempo extremo: lo que comunica con la manada. La invocación de la memoria de los lobos es esa referencia remota, mítica, a lo que sobrevive, indomesticable, en un animal. 

-VI-

En todo humano hay un husky. Siente el llamado de su corazón salvaje, el deseo de perderse en los otros, buscar un abrigo. Resiste porque ama. Su aullido es su lenguaje. Hablay en ese acto desafía el desamparo. Incluso si no dice nada llama. Incluso si miente, anuncia la promesa de verdad.

El lenguaje es la posibilidad de la promesa. Lo que abre la singularidad del llamado en la manada. La memoria de los lobos es recordatorio de lo que el animal humano sumerge: la pulsión que empuja hacia esa otra vida que la promesa esboza.



-VII-

La distancia es lo que empuja. La condición de toda promesa: como el trineo, no es sino en el desplazamiento.

La quietud es el entumecimiento –lo inerte del objeto.

No hay distancia sin la inquietud de estos pequeños animales que forman cuerpo. El trineo es lo que aproxima la promesa en su distancia. Lo que hace imaginable morar en otra parte. Como no se llega, la morada es el tránsito, allí donde no cabe el regreso, donde lo que falta tracciona hacia la distancia del porvenir.

La tracción de la falta empuja el trineo en plena oscuridad, apenas con una linterna, una manta, grasa corporal para recorrer esa distancia que aproxima a la manada que no niega la singularidad del sí mismo.

 -VIII-

Un trineo recuerda la imposibilidad de regreso. Ninguna naturaleza resguarda del devenir lobo, del devenir husky, del devenir humano. Contra esa regresión, devenir singular de lo animal. Aunque forme manada en el impulso hacia otra vida –aquella que no se deja enjaular; la que llama a ser en otra parte.

Un pequeño animal humano que se deja arrastrar por un animal de tiro en la estepa siberiana pende de ese llamado incierto. Ambos viven en la incerteza del otro lado. Enterrados en la nieve, no podrían recordar más que la dulzura del fuego.

Como los lobos, aúllan porque llaman a los suyos, porque los suyos son la promesa de algo más que la mera supervivencia. Encarnan la medida de otra vida -incluso si esa otra vida no está más que insinuada a distancia de la estepa que hay que atravesar para alcanzar un mínimo abrigo.
Lo salvaje está ahí: como un núcleo excesivo que la manada modula sin suprimir: punto incognoscible donde aprendemos a amar. En la estepa -lobos hambrientos de caricias.
 

 

-IX-

Lo salvaje que hay en esos pequeños animales es lo que resiste a la domesticación, al proceso de bestialización al que somete la disciplina de las varas, lo que escapa al rigor del invierno e invita a aventurarse en lo desconocido, aquello que corta el tiro y elude la carga.

La ligereza entonces: punto incognoscible donde el ser se arriesga amando. Aunque pueda hundirse. Morir de soledad. Extraviarse en la estepa siberiana. Desfallecer por una promesa. Perderse en lo Real.

-X-

Llamamos porque hay carencia. La memoria mítica de los lobos se teje con los retazos del lenguaje en el que somos. Y si hay lenguaje –cuerda que sostiene la inconsistencia de nuestro ser- es porque hay otros.

Si hay trineo hay otros -aunque falten.

Lo Real es el frío rabioso. El entumecimiento de las manos, la intemperancia del tiempo extremo, el dolor de lo que se fuga.

Lo Real también son los animales dulces que escuchan los llamados, aúllan de deseo, pulsan la noche invocando el fuego, recorren la superficie blanca siguiendo la huella de lo ausente -la estepa del corazón en busca de un abrigo:
la promesa de otra vida.

 
Arturo Borra
 
 
* Obras de Joseph Beuys
* Texto original publicado en "Sangrila", Nº 25.
 
 

"dueños de un desierto que avanza" -un poema de Tamara Kamenszain

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Adónde van?
Me voy con ellos desciendo de mis hijos
hasta donde quieran llegar astros rodantes
si a la hora del nacimiento calcularon ascendiente...
no lo abandonen más.
Desde el Mar Negro hasta el Estrecho
se naturalizan conmigo de mí vienen
chicos de apellido descompuesto
viajando para ser argentinos
inmigrantes por vomitar en cubierta
dados vuelta nos vuelven a nosotros
como vinilo rayado de beatles
de Rusia para acá
y de aquí a la URSS que fue
dueños de un desierto que avanza
bisabuelos de la nada.


"Alimentar lo salvaje" -cuatro poemas de Daniela Camacho

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: dientes de leche

I

Mientras el lobo se llena las fauces de leche, una flecha en el corazón de la cierva consuma su matrimonio con él.

La única prueba de esto es el quejido.

Un hilo de sangre ¾su calor¾ altera el sueño de la temerosa, la tocada, dicen sus padres. Al abrir los ojos, reconoce su mancha infantil en el pecho. De ahora en adelante, los objetos de costura, las tacitas de té la rechazarán para siempre.

Percute ahí. Aprende a aullar.

Al menor descuido, será tu pecho lo que amamante al mundo.
Tu olfato delimita el territorio de lo puro.

Por ahora, quedan los elementos del bosque, el combustible, la niebla. No. Queda la casa vacía, su trajecito de muerta, las fresas maduras.

Toca la cabeza del animal hasta que él te reconozca.
Haz que los árboles vuelvan en sí.
Al cuerpo que yace a tu lado,
será tu blancura lo que le dé el nacimiento.


No hay mamífera pequeña y profunda/que no intente alimentar lo salvaje.


















 II


 Hay un animal/ una hija grávida, llena de leche, llena de pájaros,percutiendo ahí, lejos de la manada.


Sabe moverse entre las sombras, pero ha traído consigo el ojo materno para ser vigilada. Ha traído consigo la aurora, el autismo y la fiebre, su coronita de flores.
 
Concede su cuerpo a los milagros del bosque: aun con los ojos cerrados, se puede ver una ninfa dorada, un caballo del diablo prendido a su pecho.


Criatura del miedo, ven a libar sobre el corazón de la cierva.
Haz el performance de ocultar sus ojos en blanco.

Hay un animal/ una composición invencible, una temperatura en el recién nacido que avanza hacia el desastre. Pequeño apetito. Percute ahí.
 
Muy pronto el bosque ya no podrá contenerlos. Los perseguirán el deseo y los ciclos de sangre. Se buscarán las manos poseídas por la velocidad de las libélulas y, para ellos mismos, serán inalcanzables.




CARTA DE LOS ARDIENTES [ella luce un collar hecho de nieve y besa al hombre suyo, amamantado por la lumbre de las copas]


Todo lo intercambiamos, devorándonos
Enrique Lihn


No se lo diremos a nadie. Jamás. Hay una ciudaddetrás de la cortina, hay también un puerto. La nieve cubre ahora los tejados y las barcas. Hace cuatro noches que soñamos con serpientes: es la marea en esta galería de espejos, la prolongación del contoneo. A cierta hora, a cierta temperatura, algo en nuestros cuerpos se animala. Hemos aprendido a devorarnos sin estremecer a los que duermen. En otro país, en otra celda, a ras de suelo. Con la boca toda alcohol y desmontados, una nueva parada nupcial nos devuelve a los trabajos de la carne; cometemos, entonces, un crimen más hermoso. Bramar, decimos, languidecer. La sangre de los ciervos aún corre y nos mantiene tibios: no comprenderemos nunca el lenguaje del invierno, aun cuando la nieve, puntual en su caída, suspenda en nuestros ojos la violenta geometría de los palacios.


 A cambio, ataviados con la piel de los mamíferos, acercaremos a la costa la flama prometida por la luz de las antorchas.



: ritual de la desobediencia
 
Parto el peyote en dos para buscar mi estrella, mi niño dormido, los ojos de mi animal yéndose de un mundo a otro mundo.

Algo (podría ser un hombre cubierto de plumas) me habla con la voz de lo invisible. No me castiga. Posee el don de la memoria y la videncia, tiene dos cuerpos, dos soledades, una gramática para curar:

—Deja que un sol mental dore la piel de la mujer en ti y luego huye. Deja que tu gemela interior, tu propio diablo o culebra haga sangrar a la flecha. Cuando caiga la noche dormirás contra ti y cavarás un hoyo profundo en la arena.
 
[ALGO ESTÁ EN VÍAS DE APARECER]

Me quedaré siniestra y temblando a mitad de este desierto/ esperando la llegada de mi hombre/mujer verdadero.
 
[FUEGO]

El animal que adoramos está suspendido en su reino de flores. Su esqueleto será el instrumento que ordene la tierra. Ahora que estamos a oscuras, ha llegado la hora de ver.  


[LA PALABRA SE HACE POSIBLE]

 El hombre cubierto de plumas destruye una flor dentada en su pecho (canta) y de esa manera emborracha a las hembras, un viento les coge la mano para llevarlas al sueño y los ojos en blanco. Oyen al sembrador de semillas, lo siguen y rezan para embarazarse. Llevan su calavera embrujada, van cambiando de nombre a todos los cuerpos, confunden los aviones del cielo con aves grandiosas.

[LA HORA EN QUE LOS CIERVOS VAN A BEBER]

 Los despierta la sed y el humo de pájaros quemados por la sombra. A las cuatro de la madrugada, los hombres que se ahorcaron regresan al monte con mariposas de vidrio y estrellas dobladas que dejan flotando en el agua bendita. 


[EL SOL SURGE DE SU PLACENTA]

Hay una casa en el aire adonde van a estallar los tigres y los escorpiones. Su sangre vertical advierte el sacrificio. La música de fondo recuerda ciclos menstruales. Muy pronto habremos nacido dos veces, y seremos y no la leche derramada, la osamenta caliente del venado, la cruz de madera hecha polvo entre las ancas del caballo.

«Detrás de las alambradas» -un poema de Paul Dakeyo

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Dime
Qué triste desierto
nos sitia...
Ruido de pasos
Y ruido de armas
A lo largo de los días
A lo largo de las noches
Qué lágrimas nos arrullan
Qué sangre
Qué gritos
Detrás de las alambradas
A cada paso
Las botas
Sobre mi tierra
Dime
Cuántos niños muertos
En Soweto
Cuántos
Para enfrentar Johanesburgo
Y sus morgues
para enfrentar la tierra profunda
Y buscar la palabra
Y buscar los rostros
Y sólo encontrar pálidas sombras
Encontrar sólo la muerte
Porque esos niños eran negros
Como en Sharperville
El hombre salió de la noche
Con sus innumerables manos
Con cien mil ladrillos
Justo en la precisa alba
Que martillea el tiempo
Como un tañido fúnebre
Con la sangre las lágrimas
Los muchos niños del país
El llanto el llanto el llanto
En la noche del silencio
La noche amarga
Y el instante nominal del holocausto
El fuego la sangre
Por todas partes
En las calles de Soweto
Donde el horizonte
Se viste de duelo
Y siembra el odio
Y la rabia
Porque esos niños eran negros
Porque esos niños eran negros
Quiero que me den un fusil
Para armar mi dolor
Quiero que me den la palabra
La flor el amor infinito
Y sobretodo
Haz que no escuche más
El llanto de los niños de Soweto
Haz que mi queja brote
De todas las alturas
Del mundo
Lejos del inmenso río
Del silencio
Lejos de la noche
Y de la sangre



Paul Dakeyo

«la ciudad de los niños del frío» -dos poemas de Luz Pichel

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ahora es el comienzo de las lluvias

agua todavía sin mástil
sin vasija ni dirección ni barco

botones
retales
briznas briznas briznas de ala de avispa
de jaboncillo de costurera

un movimiento hacia la luz
el aire desplazando una hoja de olivo
(un gromo de buxo)

hay algo vegetal en todo esto es
como si fueran a salvarse las frutas se acerca
una hilera de gorriones
transparentes

a la patinadora quién la ha visto
(quen a veu saltar)
delgadísima elástica libre
equivoca la música rompe
los ritmos di–
buja un difícil pentagrama de alambre
ese lío de abrazos
(ese arame ese debuxo esas apertas)
se equivoca se cae se alza
promete seguir viva
(hei danzar hei danzar hei danzar)

la ciudad de los niños del frío se despereza
(a cidade dos nenos do frío espreguízase)
se despereza

van abriendo los ojos
son cuerpecitos de color verde–agua

(non era doado vivir alá)
qué difícil dormir amar la tos los tenedores
no era fácil vivir entonces dentro del invierno allá

la helada ¿cuántos años duró?

y la gente
que cruza los parques con hambre hablando sola
dice
necesitan calor
necesitan un poco de calor
(todo o mundo precisa un chisco de calor)
dicen las distraídas de los autobuses





erradíos / errantes / correcaminos

salen a la noche deambulan
dulcitos rodeando aldeas
muy pequeñas
son
anciáns muy anciáns muy anciáns sin ganas de palabras
ni de flores encima
ni de arroz con leche
ni de ollas de barro llenas de collaritos de oro
para qué

su vocablo se hizo de una estrellada dificultade
a lo mejor ya aprendieron el son que dicen de las constelaciones
a lo mejor ya comprendieron la cruz del sur

agariman / aún dan algo / aínda / todavía y dan
una buena manollena de memoria
en su lenta manera de entramar varillitas de latón
oxidado
por cada año una
que hace
que se fueran

dejaron hijos hijas
dejaron casa casos cosas sen resolver
deseítos a medias
músculo pulmón
objetos en desorden
tejados rotos
ghallinería en pena

y una lingua menguante para el amparo
y la conservación
para el abrazo y la conversación
para que esa escalera tan antigua su espiral así subiendo no se esbarranque por el monte abajo
y hasta el río

colgar los nombres
aquí un adverbio allí
un balde en el rincón
una afirmación contra el olvido
la caída de los últimos sones
la vocal más abierta de las airas eiras eras
los finales de ellos cara adentro
tilde y punto
sus errados timbres erradíos
las ramas figurando así de un roble / carballo / quercus
duravidas
de fondísima raíz

 
De Luz Pichel, tra(n)sumancias (Ediciones La Palma, España, 2015)


«el viento no se detiene en su alfabeto furioso» -un poema de Giovanni Collazos

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Ilegal


Se le vio con su alimento encaje
                                                   hacía vientecito en sus fósiles ojos
alimento sobre una manta zapatillas labradas en roca
huellas corriendo atadas a la espalda como un castillo de nieve
no alcanza sueldo se interpone en el rostro
para más tarde enfangarse en cerveza
se le vio en el cruce fuego que mide sus rulos
por acumulación corre explota el retozo se agita sombra
                                                  entregarse dice
volver carnero coronado al desagüe
al lugar inexistencia con manzana
y boca hecatombe quebrantada economía
le impiden la ciudad su cama en el aliento
cauteriza el disparo sin porvenir transita
porque el ser bramido se desprende de su nombre
el viento no se detiene en su alfabeto furioso
de cada músculo que persigue migratorio en tranvía
minúsculo la gente lo observa
un pedazo de lumbre resguarda su cuerpo.


Giovanni Collazos

«la muerte expira en una blanca balsa de silencio» -un poema de Aimé Césaire

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Es mío
un hombre solo preso de blancura
un hombre solo que desafía los gritos de la muerte
blanca
(TOUSSAINT,TOUSSAINT L'OUVERTURE)...
un hombre solo que fascina al gavilán blanco de la muerte
blanca
un hombre solo en la mar infecunda de la arena blanca
es un viejecito que se eleva contra las aguas
del cielo.
La muerte describe un círculo brillante encima de este hombre
la muerte brilla dulcemente sobre su cabeza
la muerte sopla en la caña madura de sus brazos
la muerte galopa en la prisión como un caballo blanco
la muerte luce en la sombra como los ojos de los gatos
la muerte hipa como el agua bajo las rocas
la muerte es un pájaro herido
la muerte decrece
la muerte vacila
la muerte es un paytura sombrío
la muerte expira en una blanca balsa de silencio.



Aimé Césaire, "Retorno al país natal" (1939)

«Poesía en exilio. En los límites de la comunicación», Arturo Borra

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Poesía como exilio. En los límites de la comunicación constituye una exploración de determinadas escrituras poéticas contemporáneas como discursos en exilio,  estructurados sobre una distancia con respecto a las formas hegemónicas de comunicación. La cuestión, sin embargo, no se agota en unas  implicaciones  formales  y  supone una revisión radical del sentido del compromiso poético.
 

Una poesía en exilio replantea su vínculo con la sociedad de la que es producto, estableciendo una relación crítica con respecto a las interpretaciones más habituales sobre la realidad histórico-social. 
 

La regularidad de cierto exilio comunicacional interroga acerca de otro mundo posible y otras formas de convivencia humana, aun si ello exige desplazarse hasta los límites de lo indecible.




Acto poético artístico "Acogida sí, guerra no", Viernes 30 de junio, Plaza de la Virgen (Vlc)

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Evento en facebook aquí.

«Estoy en guerra contra mí mismo», una entrevista a Jacques Derrrida

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A sus 74 años Jacques Derrida, filósofo de renombre mundial, prosigue su camino de pensamiento [chemin de pensée] con una singular intensidad, al tiempo que afronta la enfermedad. En su residencia de Ris-Orangis, en la región parisina, evoca para Le Monde su obra, su itinerario y su huella. [sa trace].
 
Desde el verano de 2003 su presencia pública jamás había sido tan manifiesta. No solamente ha firmado usted numerosas obras, sino también recorrido el mundo para participar en numerosos coloquios internacionales organizados en torno a su trabajo –de Londres a Coimbra pasando por Paris y, en estos días, Río de Janeiro. Se le ha consagrado igualmente una segunda película (Derrida, por Amy Kofman y Kirby Dick, tras el muy hermoso D’ailleurs Derrida, de Safaa Fathy en 2000) así como numerosos números especiales, entre los que se destacan el de Magazine littéraire y el de la revista Europa, como también un volumen de Cahiers de l’Herne particularmente rico en inéditos, cuya aparición se espera para el otoño. Todo esto es mucho para un solo año y sin embargo, usted no lo oculta, usted está...
 
Jacques Derrida: ...Dígalo, muy gravemente enfermo, es verdad, y bajo la prueba de un tratamiento temible. Pero dejemos eso, si usted lo aprueba, pues no estamos aquí para realizar un parte medico, ya sea público o secreto... 
 
Dejémoslo entonces. Continuando esta entrevista detengámonos más bien sobre Spectres de Marx(Galilée, 1993). Obra crucial, libro-etapa, en su totalidad consagrado a la cuestión de una justicia por venir, y que se abre con un exordio enigmático: “Alguien, usted o yo, se adelanta y dice: «quisiera aprender por fin [enfin] a vivir»”. Más de diez años después, ¿en qué lugar se encuentra usted hoy respecto a este deseo de “saber vivir”?
 
Jacques Derrida:Aún se trata sobre todo de la cuestión de una “nueva internacional”, subtítulo y motivo central del libro, Más allá del “cosmopolitismo” y más allá del “ciudadano del mundo”, así como de un nuevo Estado-nación mundial. Este libro anticipa todas las urgencias “altermundialistas” en las que yo creo y que aparecen mejor en la actualidad. Con eso que yo llamaba una “nueva internacional” se nos imponía, dije en 1993, un gran número de mutaciones en el derecho internacional  y en las organizaciones que regulan el orden del mundo (FMI, OMC; G8, etc., y sobre todo en la ONU, donde como mínimo habría que cambiar la Carta, la composición y de entrada el lugar de su residencia -lo más lejos posible de New York...).
 
En cuanto a la fórmula que usted citaba (“aprender a por fin vivir”), me vino una vez el libro estuvo terminado. Juega desde el principio, pero con seriedad, con su sentido común. Aprender a vivir es madurar, educar también. Apostrofar a alguien para decirle “voy a enseñarte a vivir”, esto significa en ocasiones, bajo el tono de la amenaza, voy a formarte, te voy a enderezar. Luego el equívoco de este juego es lo que me importa en un principio. Este suspiro se abre también a una interrogación aún más difícil: ¿vivir es algo que puede aprenderse, enseñarse? ¿Se puede aprender, por disciplina o aprendizaje, por experiencia o experimentación, a aceptar, o mejor, a afirmar la vida? A través de todo el libro resuena esta inquietud de la herencia y de la muerte. Ella atormenta igualmente a los padres y a sus hijos: ¿cuándo te volverás responsable? ¿Cómo responderás en por fin de tu vida y de tu nombre?
 
Entonces, bueno, para responder, yo, sin más rodeos, a su pregunta, no, nunca aprehendí a vivir[appris-à-vivre]. ¡Menos ahora, claro está! Aprender a vivir debería significar aprender [apprendre] a morir, a tomar [à prendre] en cuenta, para aceptarla, la mortalidad absoluta (sin salvación, ni resurrección, ni redención) –ni para uno mismo ni para el otro. Después de Platón esta es la vieja inyunción filosófica: filosofar es aprender a morir.
 
Yo creo en esa verdad sin rendirme. Cada vez menos. No aprendí a aceptar, la muerte. Todos nosotros somos sobrevivientes [survivants] en espera [en sursis] (y desde el punto de vista geopolítico de Espectros de Marx, la insistencia se dirige sobre todo, en un mundo más desigualitario que nunca, hacia los miles de millones de vivientes -humanos o no- a los que les son rehusados, no solamente los elementales “derechos del hombre”, que datan de dos siglos y que se enriquecen sin cesar, sino de entrada el derecho a una vida digna de ser vivida). Pero yo me permanezco ineducable respecto a la sabiduría de saber morir. Yo aún no he aprendido nada o adquirido nada a ese respecto. El tiempo de la prórroga [sursis] se acorta de manera acelerada. No solamente porque yo soy, junto a otros, heredero de tantas cosas, buenas o terribles: cada vez más a menudo, la mayor parte de los pensadores a los que me encontraba ligado están muertos, se me trata de sobreviviente: [survivant] el último representante de una generación, aquella, en sentido amplio, de los años 1960; algo que, sin ser rigurosamente cierto, no me inspira solamente objeciones sino sentimientos de rebeldía un poco melancólicos. Como, en aumento, ciertos problemas de salud se hacen presentes, la cuestión de la pervivencia [survie] o de la demora [sursis], que siempre me ha acosado [hanté], literalmente, a cada instante de mi vida, de manera concreta e infatigable, se colorea de otro modo hoy.
 
Siempre me interesé por esa temática de la pervivencia [survie], en la cual el sentido no se ajusta[s’ajoute pas] al vivir o al morir. Es originario: la vida es pervivencia [survie]. Sobrevivir en sentido corriente quiere decir continuar viviendo, pero también vivir tras la muerte. A propósito de la traducción, Walter Benjamín señalaba la distinción entre überleben por una parte, sobrevivir a la muerte, como un libro puede sobrevivir a la muerte del autor o un niño a la muerte de sus padres, y, por otra, fortleben, living on, continuar viviendo. Todos los conceptos que me han ayudado a trabajar, destacadamente aquel de la huella o lo espectral, estaban ligados a “sobrevivir” como dimensión estructural. Ella no deriva ni del vivir ni del morir. Tampoco de eso que yo llamo el “duelo originario”. Esta no espera a la muerte llamada “efectiva”.
 
Usted ha utilizado la palabra “generación”. Noción de uso delicado que aparece a menudo bajo su pluma: ¿cómo designar eso que, en su nombre, se transmite de una generación?
       
Jacques Derrida: Esa palabra, la utilizo ahí de manera un tanto laxa. Se puede ser el contemporáneo “anacrónico” de una “generación” pretérita o por venir. Ser fiel a aquellos a los que se asocia a mi “generación”, convertirse en el guardián de una herencia diferenciada pero común, eso quiere decir dos cosas: de entrada defender, eventualmente contra todo y contra todos, las exigencias compartidas, de Lacan a Althusser, pasando por Levinas, Foucault, Barthes, Deleuze, Blanchot, Lyotard, Sarah Kofman, etc.; sin nombrar a tantos pensadores, poetas, escritores, filósofos o psicoanalistas, felizmente vivos, de los que soy heredero también, y a otros sin duda del extranjero, más numerosos y quizás más próximos aún.
Designo así, por metonimia, un ethos de escritura y de pensamiento intransigente, incorruptible (Helène Cixous nos puso el sobrenombre de “los incorruptibles”), sin concesiones incluso respecto a la filosofía, y que no se deja atemorizar por aquello que la opinión pública, los medios de comunicación o el fantasma del lector intimidante, pudiera obligarnos a simplificar o a rechazar. De ahí el gusto riguroso por el refinamiento, la paradoja, la aporía.
 
Ante esta predilección queda también una exigencia que vincula no solamente a aquellos y aquellas que he evocado un poco arbitrariamente, es decir, injustamente, sino a todo el medio que los rodeaba y que los sostenía. Se trataba de una suerte de época provisionalmente cumplida, y no simplemente de esta o aquella persona. Hace falta salvar o hacer renacer todo eso, entonces, a cualquier precio. Y la responsabilidad hoy es urgente: exige una guerra inflexible a la doxa, a aquellos a los que se denomina a menudo como “Intelectuales mediáticos”, a ese discurso general formateado por los poderes mediáticos, ellos mismos en las manos de lobbies político-económicos, a menudo editoriales y académicos también. Siempre tanto europeos como mundiales, por supuesto. Resistencia no significa que se deba evitar los medios de comunicación. Hace falta, cuando ello es posible, desarrollarlos y ayudarlos a diversificarse, llamándolos a hacerse cargo de esa misma responsabilidad.
 
Al mismo tiempo no hay que olvidar que en aquella época “feliz” de poco tiempo atrás, nada era irenista, ciertamente. Las diferencias y los diferendos hacían estragos en ese medio que era todo menos homogéneo, como se ve en lo que se podría reagrupar, por ejemplo, bajo una denominación estupida del tipo “pensamiento del 68”, que, utilizada como consigna o acusación domina a menudo hoy en la prensa y en la universidad. Incluso si aquella fidelidad toma alguna vez la forma de la infidelidad y del distanciamiento, hace falta ser fiel a esas diferencias, es decir, continuar la discusión. Yo continúo la discusión con Bourdieu, Lacan, Deleuze, Foucault, por ejemplo, que continúan interesándome enormemente, mucho más que esos autores alrededor de los cuales se prensa la prensa de hoy (salvo excepciones, por supuesto). Yo mantengo ese debate vivo para que no se aplane ni se degrade en denigraciones.
 
Lo que he dicho de mi generación vale también para el pasado, de la Biblia a Platón, Kant, Marx, Freud, Heidegger, etc. No voy a renunciar a nada, ni puedo hacerlo. Usted sabe, aprender a vivir es siempre narcisista: se quiere vivir tanto como sea posible, salvarse, perseverar, y cultivar todas esas cosas que, infinitamente más grandes y potentes que uno mismo, forman parte sin embargo de ese pequeño “yo” que desbordan por todas partes. Pedirme que renuncie a aquello que me ha formado, a aquello que tanto he amado, no es sino pedirme que me muera. En aquella fidelidad antedicha hay una suerte de instinto de conservación. Renunciar, por ejemplo, a una dificultad en la formulación, a un pliegue, a una paradoja, a una contradicción suplementaria, porque no se la va a comprender, o más bien, porque algún periodista que no sabe leerla, que ni siquiera sabe leer el título de un libro, crea saber de antemano que el lector o el oyente tampoco la van a entender y que su audiencia [l’Audimat] o su gana-pan sufrirán por ello, es para mí una obscenidad inaceptable. Es como si se me pidiese que me inclinase servilmente o que me muriese de imbecilidad. 
 
Usted ha inventado una forma, una escritura de la supervivencia [survivance], que conviene con esa impaciencia de la fidelidad. Escritura de la promesa heredada, de la huella salvaguardada y de la responsabilidad confiada.
       
Jacques Derrida: Si hubiera inventado mi escritura lo habría hecho como una revolución interminable. En cada situación hace falta crear un modo de exposición apropiado, inventar la ley del acontecimiento singular, tener en cuenta su destinatario supuesto o deseado; y al mismo tiempo pretender que esa escritura determinará al lector, el cual aprenderá a leer (a “vivir”) esto, que además, no estaba habituado a recibir. Se espera que renazca determinado de otro modo: por ejemplo, esos injertos sin confusión de lo poético sobre lo filosófico o ciertas maneras de usar los homónimos, de indecidibles, de estratagemas de la lengua –que muchos leen con confusión para ignorar su necesidad propiamente lógica.
 
Cada libro es una pedagogía destinada a formar su lector. Las producciones en masa que inundan la prensa y el mundo editorial no forman a los lectores, sino que presuponen de manera fantasmática un lector ya programado. De modo que termina configurando a ese destinatario mediocre que habían postulado de antemano. Por el contrario, al preocuparme de la fidelidad, como usted dice, en el momento de dejar una huella sólo puedo hacerla disponible para cualquiera: no puedo ni siquiera dirigirla de manera singulara nadie.
 
Cada vez, con todo lo fiel que se quiera ser, se está traicionando la singularidad del otro al que se interpela. A fortiori cuando se escriben libros de una gran generalidad: no se sabe a quien se habla, se inventan y se crean siluetas, pero que en el fondo, esto ya no nos pertenece. Orales o escritos todos esos gestos nos dejan, se ponen a actuar independientemente de nosotros. Como máquinas, o mejor como marionetas –me explico mejor en Papier Machine (Galilée, 2001). A partir del momento en que yo dejo (publicar) “mi” libro (nadie me obliga), devengo aparición-desaparición, como ese espectro ineducable que no habrá aprendido a vivir jamás. La huella que dejo significa mi muerte, por venir o ya advenida, y la esperanza de que me perviva [survive]. Esto no implica una ambición de inmortalidad, es estructural. Dejo aquí un fragmento de papel, me voy, muero: imposible salir de esta estructura, ella es la forma constante de mi vida. Cada vez que dejo partir algo veo mi muerte en la escritura. Experiencia extrema: uno se expropia sin saber a quien propiamente queda confiada la cosa que se deja. ¿Quién va a heredar, y cómo? ¿Habrá incluso herederos? Esta es una pregunta que hoy nos podemos plantear más que nunca. Una pregunta que me ocupa sin cesar.
 
El tiempo de nuestra tecno-cultura ha cambiado radicalmente con relación a esto. La gente de mi “generación”, y a fortiori los aún más viejos, estuvieron habituados a un cierto ritmo histórico: se creía saber que tal o cual obra podía o no sobrevivir, en función de sus cualidades, durante uno, dos o como Platón, veinticinco siglos. Pero hoy la aceleración de las modalidades de archivación junto al desgaste [l’usure] y la destrucción transforman la estructura y la temporalidad de la herencia. Para el pensamiento la cuestión de la pervivencia [survie] toma en adelante formas absolutamente imprevisibles.
 
A mi edad estoy preparado para las hipótesis más contradictorias con relación a este asunto: tengo simultáneamente, le ruego que me crea, un doblesentimientoque, de un lado, por decirlo sonriendo e inmodestamente, aún no se ha comenzado a leerme, ya que si acaso hay, ciertamente, un buen número de buenos lectores (algunas decenas en el mundo, quizás) en el fondo, será más tarde que todo eso tendrá una oportunidad de aparecer; pero también por otro lado, tengo la sensación de que quince días o un mes después de mi muerte ya no quedará nada. Excepto aquello que ha sido guardado mediante depósito legal en la biblioteca. Se lo juro, creo sincera y simultáneamente en esas dos hipótesis.
 
En el corazón de semejante esperanza late la lengua, principalmente la lengua francesa. Cuando a usted se le lee se siente en cada línea la intensidad de su pasión por ella. En Le Monolinguisme de l’autre (Galilée, 1996) usted llega incluso a presentarse, irónicamente, como el “último defensor e ilustrador de la lengua francesa”... 
 
Jacques Derrida: Que no me pertenece, aunque sea la única que “yo tenga” a mi disposición (¡y aún así!). La experiencia de la lengua, por supuesto, es vital. Mortal, entonces, nada de original hay en eso. Las contingencias han hecho de mí un judío francés de Argelia de la generación nacida antes de la “guerra de independencia”: demasiadas singularidades, incluso entre los judíos y entre los judíos de Argelia. Yo participe en una extraordinaria transformación del judaísmo francés de Argelia: mis bisabuelos estaban aún muy próximos a los árabes, por la lengua, las costumbres, etc.
 
Tras el decreto Crémieux (1870), a finales del siglo XIX, la generación siguiente se aburguesó: y eso que se tuvieron que casar prácticamente de manera clandestina en la trastienda de una alcaldía de Argelia a causa de los pogroms (en pleno affaire Dreyfus), mi abuela educaba ya a sus hijas como burguesas parisinas (buenas maneras del distrito 16, lecciones de piano...). Después vino la generación de mis padres: pocos intelectuales, sobre todo comerciantes, modestos o no, en la que algunos explotaban ya una situación colonial al convertirse en los representantes exclusivos de las grandes marcas metropolitanas: con una pequeña oficina de 10 metros cuadrados y sin secretaria, era posible representar todo el “jabón de Marsella” en África del Norte –aunque simplifico un poco.
 
Después vino mi generación (una mayoría de intelectuales: profesiones liberales, enseñanza, medicina, derecho, etc.). Y casi toda esa gente recaló en Francia en 1962. Yo fui un poco anterior (1949). Y es conmigo, apenas exagero, que los matrimonios “mixtos” comenzaron, de manera cuasi-trágica, revolucionaria, rara y arriesgada. Y de la misma manera que amo la vida, y mi vida, amo lo que me ha constituido, cuyo elemento mismo es la lengua, aquella lengua francesa que es la única que se me permitió cultivar, la única de la que pueda decirme que me siento más o menos responsable.
 
He aquí el motivo de que en mi escritura exista una manera, no diría que perversa, pero si un poco violenta, de tratar esta lengua. Por amor. El amor en general pasa por el amor a la lengua, que no es ni nacionalista ni conservador, sino que exige pruebas. Y pone a prueba. No se puede hacer cualquier cosa con la lengua, ella nos preexiste y ella nos sobrevive. Si se quiere afectar a la lengua de algún modo es necesario hacerlo de manera refinada, respetando en la irrespetuosidad su ley secreta. Es eso, la fidelidad infiel: cuando violento la lengua francesa, lo hago en el refinado respeto de lo que considero una inyunción de esa lengua, en su vida, en su evolución. No leo sin sonreír, a veces con desprecio, a aquellos que creen violar, sin amor, justamente, la ortografía o la sintaxis “clásicas” de cierta lengua francesa, con pequeños aires de vírgenes con eyaculación precoz, cuando la gran lengua francesa, más intocable que nunca, les mira hacer esperando al siguiente. Describo esta escena ridícula de forma un poco cruel en La Carte Postale (Flammarion, 1980).
 
Dejar huellas en la historia de la lengua francesa, he ahí lo que me interesa. Vivo de esa pasión, si no por Francia al menos por algo que la lengua francesa ha incorporado desde hace siglos. Creo que si amo esa lengua como amo mi vida, y a veces mucho más de lo que la ama un francés de origen, es porque la amo como un extranjero que fue acogido y que se apropió esa lengua como la única posible para él. Pasión y sobrepujamiento.
 
Todos los franceses de Argelia comparten eso conmigo, judíos o no. Aquellos que venían de la metrópoli eran todos ellos extranjeros: opresores y normativos, normalizadores y moralizadores. Eran un modelo, un hábito o un habitus, al que hacía falta plegarse. ¡Cuándo un profesor venía de la metrópoli con su acento francés le encontrábamos ridículo! El sobrepujamiento viene de esto: de que no tengo más que una lengua y, al mismo tiempo, esa lengua no me pertenece. Una historia singular ha exacerbado en mí esta ley universal: una lengua, no pertenece a nadie. Ni naturalmente ni por esencia. De ahí los fantasmas de la propiedad, de la apropiación y de la imposición colonialista.
 
En general usted no lleva bien el hablar de “nosotros” –“nosotros los filósofos” o “nosotros los judíos”, por ejemplo. Pero a medida que se despliega el nuevo desorden mundial, usted parece cada vez menos reticente a decir “nosotros los europeos”. Ya en L’Autre Cap (Galilée, 1991), libro escrito en el momento de la primera guerra del Golfo, usted se presentó como “un viejo europeo”, como “una suerte de mestizo europeo”. 
 
Jacques Derrida: Diré dos cosas: en efecto me cuesta decir “nosotros” pero a menudo lo digo. A pesar de todos los problemas que me torturan a ese respecto, comenzando por la política desastrosa y suicida de Israel -y de un cierto sionismo (Israel ya no representa, a mis ojos, el judaísmo, como tampoco la diáspora ni tampoco el sionismo mundial u originario, que fue múltiple y contradictorio; hay incluso fundamentalistas cristianos que se dicen sionistas auténticos en los EEUU. El poder de su lobby es mayor que el de la comunidad judía americana, sin hablar de la saudita en la conjunción de la política americano-israelí)- y bien, pese a todo esto y tantos otros inconvenientes que tengo con respecto a mi “judeidad”, no la negaré jamás.
 
Diré siempre, en ciertas situaciones “nosotros los judíos”. Este “nosotros” si bien atormentado está en el corazón de lo más inquietante que hay en mi pensamiento, aquello a lo que he denominado apenas sonriendo “lo último de los judíos”. Esto sería en mi pensamiento como lo que Aristóteles dice profundamente de la oración (eukhé): que no es verdadera ni falsa. Además es literalmente una oración. En ciertas situaciones, por lo tanto, no dudaré en decir “nosotros los judíos”, así como “nosotros los franceses”.
 
Luego, desde el comienzo de mi trabajo, y esto sería la “deconstrucción” misma, permanecí extremadamente crítico respecto al eurocentrismo, en la modernidad de sus formulaciones, entre Valery, Husserl o Heidegger, por ejemplo. La deconstrucción en general es una empresa que muchos consideran, justamente, como un gesto de desconfianza respecto a todo eurocentrismo. Cuando a menudo digo “nosotros los europeos”, es de manera coyuntural y muy diferente: todo aquello que puede ser deconstruido de la tradición europea no impide que, precisamente a causa de todo lo que ha pasado en Europa, a causa de la Ilustración, a causa del estrechamiento de este pequeño continente y de la enorme culpabilidad que transita desde entonces su cultura (totalitarismo, nazismo, genocidios, Shoah, colonización y descolonización, etc.), hoy, en la situación geopolítica que es la nuestra, Europa, una otra Europa, pero con la misma memoria, podría (es en todo caso mi deseo) reagruparse a la vez contra la política hegemónica de los Estados Unidos (con relación a Wolfowitz, Cheney, Rumsfeld, etc.) y contra un teocratismo árabo-islámico sin Ilustración y sin porvenir político (pero sin desdeñar las contradicciones y las heterogeneidades que entrañan esos dos conjuntos, sino aliándonos con los que resisten desde el interior de esos dos bloques).
 
Europa se encuentra bajo la inyunción de asumir una nueva responsabilidad. No hablo de la comunidad europea tal y como existe o se dibuja en su mayoría actualmente (neoliberal), virtualmente amenazada por tantas guerras internas, sino de una Europa por venir y que se busca. Tanto en la Europa (“geográfica”) como fuera de ella. Eso que nosotros denominamos algebraicamente como “Europa” tiene responsabilidades que tomar para el porvenir de la humanidad, para que funcione el derecho internacional –esa es mi fe, mi creencia. Y aquí no vacilaré en decir “nosotros los europeos”. No se trata de defender la construcción de una Europa que fuese otra superpotencia militar que protegiese su mercado y forjase contrapoderes entre los otros bloques, sino de una Europa que vendría a sembrar el grano de una nueva política altermundialista. Lo que para mí es la única solución posible.
 
Esa fuerza está en marcha. Incluso si sus objetivos son aún confusos pienso que nada la podrá detener. Cuando digo Europa es eso: una Europa altermundialista, que transforme el concepto y las prácticas de la soberanía y del derecho internacional. Y que disponga de una verdadera fuerza militar, independiente de la OTAN y de los EEUU, una potencia militar que, ni ofensiva ni defensiva, ni preventiva, interviniera sin tardanza al servicio de las resoluciones de una nueva ONU (por ejemplo, con toda urgencia, en Israel, pero también en otras partes). También es el lugar a partir del cual podemos pensar mejor ciertas figuras de la laicidad, por ejemplo, o de la justicia social, en tanto que herencias europeas.
 
Acabo de decir “laicidad”. Permítame hacer aquí un largo paréntesis. A tal laicidad no concierne el tema del velo en la escuela sino el del velo del “matrimonio”. He apoyado sin dudarlo con mi firma la iniciativa valiente y bienvenida de Noël Mamère, incluso si el matrimonio entre homosexuales constituye un ejemplo de aquella hermosa tradición que los americanos inauguraron en el siglo pasado con el nombre de “desobediencia civil”: no desafiar la ley, sino desobedecer a una disposición legislativa en nombre de una ley mejor –por venir o ya inscrita en el espíritu o en la letra de la Constitución. Pues bien, he “firmado” contra el contexto legislativo actual porque me parece injusto -para los derechos de los homosexuales-, hipócrita y equívoco, tanto en su espíritu como en su letra.
 
Si yo fuese legislador, propondría simplemente la desaparición de la palabra y del concepto de “matrimonio” de un código civil y laico. El matrimonio como valor religioso, sacro, heterosexual -bajo promesa de procreación, de fidelidad eterna, etc.- es una concesión del Estado laico a la Iglesia cristiana –en particular con relación a su monogamismo que no es ni judío (le fue impuesto a los judíos por los europeos del siglo pasado y no constituía una obligación hace algunas generaciones en el Magreb judío) ni, eso se sabe muy bien, musulmán. Suprimiendo la palabra y el concepto de “matrimonio”, aquel equívoco o aquella hipocresía religiosa y sacra, que no tiene lugar alguno en una constitución laica, sería sustituido por una “unión civil” contractual, una suerte de PACS [Pacte Civil de Solidarité] generalizado, mejorado, refinado, flexible y ajustado entre compañeros de sexo o número no impuesto.
 
Respecto a aquellos que quieran, en sentido estricto, ligarse por el “matrimonio” -para los que mi respeto permanece, además, intacto-, podrían hacerlo ante la autoridad religiosa de su elección –así ocurre por otro lado en algunos países que aceptan consagrar religiosamente los matrimonios entre homosexuales. Algunos podrían unirse bajo un modelo u otro, otros de ambos modos, y otros no unirse ni según la ley laica ni según la ley religiosa. Acabo aquí con el paréntesis conyugal. (Es una utopía pero señalo la fecha).
 
Eso que yo llamo “deconstrucción” incluso cuando se dirige contra alguna cosa de Europa es algo europeo, es un producto, una relación consigo misma de Europa como experiencia de la alteridad radical. Desde la época de la Ilustración Europa se ha autocriticado permanentemente y en esta herencia perfectible reside una oportunidad para el porvenir. Al menos así quisiera esperarlo y es lo que alimenta mi indignación frente a los discursos que condenan Europa definitivamente, como si ésta no fuese otra cosa más que el lugar de sus crímenes.
 
En cuanto a Europa ¿no está usted en guerra consigo mismo? De un lado usted ha remarcado que los atentados del 11 de septiembre arruinaron la vieja gramática geopolítica de las potencias soberanas, firmando así la crisis de un cierto concepto de política, que usted definía como propiamente europeo.  Por otro lado usted se mantiene ligado a ese espíritu europeo y de entrada al ideal cosmopolita de un derecho internacional que sin embargo usted describe declinante. O la supervivencia... 
 
Jacques Derrida: Hay que “superar” [relever] (Aufheben) el cosmopolitismo (véase: Cosmopolites de tous les pays, encoré un effort!, Galilée, 1997). Cuando decimos política nos servimos de una palabra griega, de un concepto europeo que siempre ha presupuesto el Estado, la forma polis ligada a un territorio nacional y a la autoctonía. Cualesquiera que fuesen las rupturas en el interior de esta historia, este concepto de lo político sigue siendo dominante en el mismo momento en el que muchas fuerzas tratan de dislocarlo: la soberanía de un Estado ya no está ligada a un territorio, las tecnologías de la comunicación y la estrategia militar tampoco, y estas dislocaciones ponen efectivamente en crisis el viejo concepto europeo de lo político. Y de la guerra y de la distinción entre civil y militar, y de terrorismo nacional o internacional.
 
Pero yo no creo que sea necesario encolerizarse contra la política, al igual que respecto a la soberanía, de la que pienso que puede hacer bien en determinadas situaciones, como por ejemplo, para luchar contra ciertas fuerzas mundiales del mercado. Aquí aún de lo que se trata es de una herencia europea que hay que conservar y transformar a la vez. Es lo mismo que digo en Voyous (Galilée, 2003), sobre la democracia como idea europea, que al mismo tiempo nunca ha existido de manera satisfactoria y que está por venir. Y en efecto usted siempre reencontrará ese gesto en mi mismo, del cual no tengo justificación última, excepto que soy yo, es ahí donde yo existo.
 
Estoy en guerra conmigo mismo, es verdad, usted no puede saber hasta que punto, más allá de lo que usted adivina, y digo cosas contradictorias, que estan, digamos, en tensión real, que me construyen, me hacen vivir, y me harán morir. Esta guerra, la veo aveces como una guerra terrible y penosa, pero al mismo tiempo sé que es la vida. Yo no encontraré la paz más que en el reposo eterno. Sin embargo no puedo decir que asuma tal contradicción, pero sé también que es eso lo que me mantiene con vida y me lleva a plantearme la cuestión, precisamente, que usted recordaba: “¿cómo aprender a vivir?”.
 
En dos libros recientes (Chaque fois unique, la fin du monde yBéliers, Galilée, 2003) ha recalado usted sobre el gran asunto de la salvación, del duelo imposible, de la pervivencia[survie] en definitiva. Si la filosofía puede ser definida como “la ansiosa anticipación de la muerte” (véase: Donner la mort, Galilée, 1999) ¿se puede vislumbrar la “deconstrucción” como una interminable ética del perviviente[survivant]? 
 
Jacques Derrida: Como ya he recordado, desde el principio, y mucho antes de las experiencias de supervivencia [survivance] que son las mías del presente, he señalado que la pervivencia [survie] es un concepto original, que constituye la estructura misma de aquellos que llamamos existencia, el Da-sein, si usted quiere. Nosotros somos estructuralmente pervivientes [survivants], marcados por esta estructura de la huella, del testamento. Pero, habiendo dicho esto, no quisiera dejar paso a la interpretación según la cual la pervivencia [survivance] está más del lado de la muerte, del pasado, que de la vida y del porvenir. No, todo el tiempo la deconstrucción está del lado del si, de la afirmación de la vida.
 
Todo lo que vengo diciendo -desde Pas al menos (en: Parages, Galilée, 1986)- de la pervivencia [survie] como complicación [complication] de la oposición vida-muerte procede en mí de una afirmación incondicional de la vida. La pervivencia [survivance] es la vida más allá de la vida, la vida más que la vida, y el discurso que sostengo no es mortífero, al contrario, es la afirmación de un viviente [vivant] que prefiere el vivir, y por tanto el pervivir [survivre] a la muerte, porque la pervivencia [survie] no es simplemente lo que queda, sino la vida más intensa posible. Nunca estoy tan obsesionado [hanté] por la necesidad de morir como en los momentos de felicidad y de goce. Disfrutar y llorar la muerte que ronda, para mí es la misma cosa. Cuando me acuerdo de mi vida tengo la tendencia a pensar que he tenido la ocasión de amar incluso los momentos infelices de mi vida, y de bendecirlos. Casi todos excepto una excepción quizás. Cuando me acuerdo de los momentos felices, los bendigo también, por supuesto, al tiempo que me precipitan sobre el pensamiento de la muerte, hacia la muerte, porque ya pasó, finalizó...
 
Entrevista realizada por Jean Birnbaum.
 
JACQUES DERRIDA, nació cerca de Argel en 1930. Ha enseñado fundamentalmente en la Sorbonne, en la École normale supériure y en la École des hautes études en sciences sociales(EHESS, Paris). Es hoy el filósofo francés vivo más leído y comentado en el mundo entero. Cabe resaltar entre sus publicaciones De la grammatologie (Minuit, 1967), Schibboleth, pour Paul Celan (Galilée, 1986), o Spectres de Marx (Galilée, 1993). Todo su itinerario filosófico puede ser descrito como un diálogo sin fin y sin concesiones con la metafísica occidental, como una infatigable “exposición” frente esa tradición filosófica ante la que no ha cesado de reinterrogar sus conceptos. Movilizando la potencia subversiva de la literatura, de las artes plásticas o del psicoanálisis, la revolución intelectual que permanece ligada a su nombre se denomina “deconstrucción”. Sus obras más recientes han sido publicadas en la editorial Galilée: dos ensayos que meditan sobre el después del 11 de septiembre, Voyous y LeConceptdu 11 septembre (con J.Habermas), y la bella colección de adioses a los amigos desaparecidos (Levinas, Blanchot...), titulada Chaque fois unique, la fin du monde, así como el volumen que constituye su introducción, Béliers, un “diálogo ininterrumpido”, consagrado a la muerte de sus seres amados y a aquello que Derrida llama un “cogito del adiós, ese saludo sin retorno”.
 
ARTÍCULO APARECIDO EN LE MONDE EN LA EDICIÓN DEL 19-08-04. Entrevista realizada por Jean Birnbaum. Le Monde 19 de agosto de 2004.
Traducción: Simón Royo. Corregida por Horacio Potel. Edición digital:
Derrida en castellano

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